Cuando se inauguró el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, la misma utilizó, para referirse a los ejes sobre los cuales giraría su accionar de gobierno, el concepto de “sintonía fina”.
Desde diversos sectores, yendo de la izquierda cipaya a la derecha conservadora, se asociaba a ese concepto el intento de maquillar un “ajuste”. Nada más lejos que eso.
Demostrando que se redobla la apuesta, se dispuso el envío al Congreso de la Nación de un proyecto de ley que declara de interés público nacional y “el logro del autoabastecimiento de hidrocarburos, así como la explotación, industrialización, transporte, y comercialización de hidrocarburos, a fin de garantizar el desarrollo económico con equidad social, la creación de empleo, el incremento de la competitividad de los diversos sectores económicos, y el crecimiento equitativo y sustentable de las distintas provincias y regiones”.
Para eso se declara “de utilidad pública y sujeto a expropiación el 51% del patrimonio de YPF S.A representado por igual porcentaje de las acciones clase D de dicha empresa pertenecientes a Repsol YPF SA, sus controlantes o controladas.” Y, dando un ejemplo de federalismo, distribuye las acciones sujetas a expropiación en un 51% a controlar por parte del Estado Nacional y el otro 49% a las provincias que forman parte de la OFEPHI (Organización federal de Estados productores de hidrocarburos).
Además, permite el nombramiento de un director en representación de los trabajadores de la empresa, en un avance increíble al poner bajo control de obrero las decisiones sobre el futuro de la empresa. Una vez más, se ratifica el rumbo escogido el 25 de mayo de 2003.
La recuperación de la soberanía energética, en un país en pleno crecimiento, se hace irrenunciable. De a poco vamos recuperando lo perdido en la larga noche neo-liberal. La conformación de un amplio bloque de poder popular y militancia organizada es una de las necesidades imprescindibles a la hora de enfrentar las batallas que vendrán para seguir recuperando lo que es nuestro.
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